Puedes abrazarme y decir que si – respondí, en voz apenas audible.
– O decir que no y echar a correr – completé, no muy convencido.
Aria mostro una sonrisa con aquel atractivo toque de maldad.
Creo que… – detuvo sus palabras por un momento que me pareció casi eterno – …te abrazaré -
Aria me rodeó con sus brazos, y yo le correspondí.
Creo que está muy feliz – comentó Aria.
Ciertamente, había pasado todo el día sonriendo. No era raro que cualquiera que me viese pensara que estaba feliz.
No es eso – respondí. – Creo que, más bien, es como histeria… como cuando uno sabe que le va a caer el mundo en pedazos encima y, al ver que no hay forma de evitarlo o de escapar, ya no se preocupa por nada y ríe mientras las rocas lo aplastan – reí.