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Hermosa Noche en la Ciénaga de las Tinieblas Eternas

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He permanecido con un pie dentro de la ciénaga por varias horas, sin atreverme a dar el siguiente paso porque temo que aunque en este sitio el suelo húmedo aún esta firme, adelante se vuelva lodoso y frene mi avance hasta detenerme por completo.

Por supuesto no temería adentrarme en este lodazal si no tuviera una buena razón, y quizá el nombre de este sitio de una idea de porque tengo tanto miedo: "Ciénaga de las Tinieblas Eternas".

Hace décadas que nadie se atreve a atravesar este pantano que rodea a un islote oculto bajo la bruma,  desde que en ese sitio se sacrificaron a varios jóvenes inocentes del pueblo en nombre de un dios oscuro y a causa de ese evento, las aguas de lo que era un lago se tornaron oscuras y lóbregas y el islote se hundió en la niebla hasta desaparecer de la vista.

Pero he llegado aquí, a la orilla del pantano en que se convirtió el antiguo lago, pero no me atrevo a dar un paso más.

Entonces, del otro lado, apenas visible en la niebla, veo un resplandor grisáceo y reconozco a la joven cuyo encantamiento me ha traído hasta aquí.

Quizá si hubiese corrido más rápido la habría alcanzado antes de que se adentrara en el islote, pero tropecé y ella siguió y ahora nos separan las pútridas aguas de la "Ciénaga de las Tinieblas Eternas".

A pesar de la distancia, adivino en ella una sonrisa y me armo de valor para avanzar.

Con cuidado, muevo mi pie izquierdo y tanteo el suelo. Firme, puedo continuar.

Dos, tres cuatro pasos y el suelo apenas y se siente resbaloso a pesar de estar cubierto de al menos diez o quince centímetros de agua.

Me animo, adivinando como es que ella llegó tan rápido al islote y en un instante de atrevimiento echo a correr.

Las primeras zancadas son difíciles, y me parece estar andando sobre piedras irregulares, casi afiladas; pero a los pocos metros comienzo a sentir que avanzo directamente sobre el agua. El sentimiento es increíble.

La veo esperando junto a las aguas en la otra orilla y aprieto el paso.

Llego al otro lado y caigo rendido, de rodillas ante ella. Ella toma mi rostro con sus manos y me sonríe.

Empiezo a temblar.

Su sonrisa, que antes me parecía dulce y tan atrayente ahora es una mueca malévola.

Trato de levantarme, pero mis rodillas en el suelo están cubiertas de fango tan pegajoso que no me lo permiten. Siento como me hundo en el pantano que creí haber dejado atrás y mientras trato en vano de liberarme la veo sonriente, con la mirada ensombrecida.

Cuando en el bosque la miré por primera vez la llamé Valhis, Hermosa, y cuando la perseguí hasta más allá del crepúsculo te llamé Kaphis, Noche.

Pero ahora, con el fango cubriéndome hasta el cuello,  comprendo que eres tú el verdadero terror de la Ciénaga de las Tinieblas Eternas.

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