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El último sueño

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Camino por el pabellón que separa el Edificio Principal del Anexo de la Facultad.

Volteo la vista hacia el sitio donde Alejandro suele estacionar su auto, y que sirve como punto de reunión para su grupo de amigos. Reconozco a una de las personas que se encuentra en el lugar, seguramente tomando un pequeño descanso después de las clases, y dirijo mis pasos hacia allí.

Mientras me acerco al lugar, reconozco al resto de los amigos que se encuentran en el sitio, aunque no es por ninguno de los demás que me dirijo allí.

Un pequeño desvío de la mirada de Daniel hace que ella se percate de que alguien se acerca y vira para tratar de enterarse de quien se trata. Al más leve contacto con su mirada, dejo escapar una sonrisa a la que ella corresponde de igual forma.

Llego junto a ella, nos saludamos con un suave beso en los labios antes de que prosiga a saludar de mano al resto de los presentes, para después regresar a su lado y pasar mi mano por detrás de su espalda, abrazándola para mantenerla cerca de mí.

La escena me parece de lo más normal, algo que seguramente hemos repetido muchas veces desde que estamos juntos. Pero al tratar de recordar cuando y cómo comenzamos a "andar", simplemente no puedo.

Despierto sobresaltado bajo la cálida caricia de los cobertores de mi cama. Me incorporo para mirar alrededor. Lo primero que noto, es que comparto la cama en que dormía plácidamente hasta hace un momento.

Me acerco a la mujer que me muestra su espalda desnuda mientras yace perdida en un sueño profundo a mi lado y aspiro suavemente su olor. Es un olor conocido.

Ella parece percibir mis movimientos, pues se despierta y sin haber vuelto por completo del mundo de los sueños pregunta - ¿Que pasa, amor? -

- Nada, nada - respondo, tratando de no preocuparla - solo tuve un sueño extraño, un sueño de cuando éramos jóvenes -

Es cierto, sé que la mujer a mi lado es mi esposa, y si en mi sueño no podía recordar como comenzó nuestro noviazgo se deberá, seguramente, a que fue hace ya mucho tiempo. Pero una duda me asalta, y al tratar de recordar mi boda, tampoco me es posible. Esto no puede ser una coincidencia, algo debe estarme ocurriendo.

Me levanto para ir por un vaso de agua, mientras ella se ha quedado dormida nuevamente. Lanzo una última mirada a su cuerpo disfrazado por las cobijas y sonrío por inercia.

Llego a la puerta de la habitación y trato de abrirla. La perilla opone algo de resistencia a mis movimientos torpes, pero al fin cede, permitiéndome mirar el exterior de la habitación.

Es un pasillo extraño, que me recuerda vagamente a la casa de mis tíos de Hidalgo.

Camino por el pasillo en dirección a la cocina, pero a unos pasos me detengo en seco. El recuerdo ya no es vago, definitivamente ESTOY en la casa de mis tíos.

Regreso a la habitación pero al abrir la puerta un destello blanco me ciega, haciéndome retroceder. El resplandor no me permite ver el interior de la habitación.

Echo a correr en dirección a la entrada principal que da la sala.  Al llegar encuentro que los sillones, que desde hace tanto tiempo pueblan la sala, tienen una extraña coloración que no puedo reconocer. Y no son solo los sillones. No importa que objeto o lugar mire, los tonos de color me parecen irreconocibles.

Trato de abrir la puerta para escapar de la casa pero esta cerrada con llave. Busco en la pared el llavero, que encuentro en un instante. Tomo la llave y trato de insertarla en la cerradura, pero no me es posible. Mis manos parecen más torpes de lo normal, y en un instante soy incapaz de mantener los pequeños pedazos de metal en mis manos, haciéndolas caer estrepitosamente al suelo.

Trato de inclinarme a recoger las llaves, pero mis piernas no me responden y tropiezo, golpeándome la cabeza. Tirado en el suelo frío, veo sombras moverse hacia mí mientras mi visión se nubla hasta cubrirse completamente de tinieblas.

Cuando recupero la conciencia, soy incapaz de calcular cuanto tiempo ha pasado.

Reconozco rápidamente que me encuentro en un hospital, pero no soy capaz de identificar a la mujer, al niño y la niña que me acompañan. Tenerlos cerca me hace sentir feliz, pero no puedo recordar sus nombres por más que lo intento. Intuyo que debe ser mi familia.

Se abre la puerta de la habitación, dejando entrever un resplandor completamente blanco que viene del exterior. La puerta se cierra detrás de un médico de rostro conocido, pero que no puedo recordar bien. Si acaso, estoy seguro que le he visto mucho antes dando órdenes agresivamente a tres doctores más. No entiendo que pregunta, y tras un momento me doy cuenta de que habla con mi esposa.

Pero ya no es la misma persona, al menos su rostro ha cambiado por otro que no reconozco.

El médico dice algo a mi esposa, que lleva las manos a su rostro demostrando gran terror. Ella voltea hacia mí, causando la visión más horrible que he tenido en mi vida.

En donde debería tener un rostro, ahora solo hay una manchas sin forma. Lo mismo le ocurre a mis hijos. Pero nadie, excepto yo, parece darse cuenta.

Trato de gritar para advertir este síntoma al médico, pero no soy capaz de encontrar las palabras para expresar lo que estoy sintiendo. Cuando al fin comprendo que he perdido la habilidad de comunicarme, me percato de que él médico ya no esta ahí.

Miro en todas direcciones, asustado mientras el paisaje cambia en cada instante como un vórtice de colores e impresiones, hasta que todo se oscurece.

Abro los ojos y me encuentro tirado en un pequeño monte cubierto de césped, con mi esposa sentada a mi lado. Reconozco su rostro, a pesar de percibirlo difuso, aún. Ella me tiende su mano ayudando a incorporarme. El sol baja a lo lejos, comenzando a teñir el cielo de naranja.

Esta escena me hace entender al fin lo que me ha estado sucediendo.

Tomo la mano de mi esposa entre las mías, y la miro. Por ese instante su rostro no me parece difuso, aunque quizá lo esté.

- ¿Estoy muriendo, verdad? - logro articular las palabras, con algo de miedo en la voz.

Ella asiente sin decir palabra.

Mirando el ocaso, trato de recordar la verdad.

Recuerdo que he estado enfermo por varios días, recuerdo también que la noche anterior mi pecho me dolía espantosamente. Pero así como estoy acostumbrado, no me quejé de ello con mis padres y fui a dormir; siempre pensando en ella, la chica cuya mirada me ha intrigado tanto estos meses.

Comprendo que no he despertado desde entonces. Que todo cuanto he visto y experimentado ha sido un sueño. Que los "destellos blancos" y la amnesia radical, al olvidar incluso como hablar se deben a que mi cerebro esta muriendo, y con él la fuente de información que me permite pensar.

Comprendo todo esto en sólo un instante, mientras miró el último ocaso de mi vida tomado de la mano de la mujer que quizá pude llegar a amar y mientras el paisaje es consumido por el destello blanco que representa todo lo que estoy olvidando con cada neurona que muere.

El sol se pierde por completo detrás del horizonte, y con un destello cegador, todo termina de desaparecer.

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