« Back to home

Soñando

Hombre, veintitrés años, soltero. Como lo preví desde mi estancia en la Universidad, no he sido apto para otro empleo diferente a la enseñanza, por lo que actualmente soy profesor en una escuela preparatoria en Puebla, ciudad a la que he escapado después de una "vida inútil" en la capital. No me arrepiento, a pesar de que mi vida no es especialmente feliz.

No tengo muchos amigos en esta ciudad, quizá porque me he acostumbrado al aislamiento. En realidad, las personas con quienes más converso es con mis alumnos.

Ocasionalmente me encuentro con KayLin y, bebiendo un té,  charlamos sobre muchas cosas, desde sus clases en la Universidad hasta nuestros Dioses. Incluso Anna me convence cada cierto tiempo de pagarle pasajes para que venga de visita varios días.

Hoy no es un día especial. Es un viernes como cualquier otro en el que aprovecho la tarde libre para caminar sin rumbo por la ciudad, mirando la gente pasar, desanimado por mi soledad. Tan concentrado estoy en mis desvaríos que no me he percatado de los gritos asustados de la gente a mi alrededor cuando aquel conductor pierde el control de su auto y, a toda velocidad, se dirige hacia mí. Solamente siento por un momento un dolor agudo en la cadera antes de que todo se oscurezca.

Despierto quién sabe cuantos días después en una blanca habitación de hospital. La cabeza me pesa, y mis piernas parecen no querer obedecer. Aún aturdido por la larga siesta, miro a mi alrededor y encuentro a una joven dormida sobre una silla, recargando su cabeza en mi cama. La reconozco al instante, se trata de mi hija KayLin. Con algo de esfuerzo levanto mi mano para acariciar su cabello. Ella parece sentir mi mano entre sus cabellos castaños, pues despierta.

- ¡Papi! ¡Despertaste! - grita, alegre de verme abrir los ojos.

La puerta de la habitación se abre de golpe y por ella entran dos personas que no esperaba ver. Una de ellas, una joven poco menor que KayLin, se abalanza sobre mi débil cuerpo y me abraza, mientras que la mujer que le acompañaba detrás permanece de pie a un lado de la entrada, con los ojos empapados en lágrimas aunque sonriente.

- Papá, que bueno que despertaste - me dice la chica que rodea mi cuello con sus brazos. También la reconozco, es mi hija menor, Anna.

La joven retrocede para dar paso a la mujer, quien me abraza con menos fuerza pero más cariño. No dice nada, pero no necesito que lo haga. La sorpresa me ha dejado mudo.

- ¿Irene? - pregunto con débil voz, reconociéndole.

La última vez que le había visto, apenas unas semanas antes del accidente, aún era una joven no mayor que KayLin. Sin embargo, no me parecía extraño verla a mi lado, muchos años mayor de lo que la recordaba.

- Si, tu esposa Irene - responde ella, como tratando de verificar que no hubiese perdido la memoria.

Paso varios días en esa cama de hospital, sin poder moverme y apenas conciliando el sueño. Trato de recordar, pero mi vida es confusa. Recuerdo haber conocido a Irene en unos foros en Internet, pero también recuerdo haberle conocido en la escuela secundaria. Recuerdo haber conocido de frente por primera vez a KayLin durante un paseo a un parque de diversiones, pero también recuerdo haber estado presente durante su nacimiento.

Y en especial, hay un recuerdo y una imagen que me confunden. Recuerdo mi boda con Irene, recuerdo nuestros votos, recuerdo hasta la Luna de Miel. Pero también estoy seguro que nunca me casé con ella, recuerdo que tras los problemas que tuvimos nos separamos y apenas y éramos amigos. Además, la imagen que devolvían los espejos no era correcta, no podía ser. Si yo tenía solo veintitrés años, ¿porque parecía de mas de cuarenta?.

- Usted ha estado soñando - explicaron los médicos.

- Durante los dos meses que ha estado inconsciente debió crear todo ese mundo alterno que cree recordar y que ahora le parece más vívido que su vida verdadera. - concluyeron.

Me tomaron un par de días y aspirinas para terminar de aceptar la realidad. esta era mi vida verdadera. Tenia una esposa, dos hijas y casi estaba seguro de tener un perro y un gato en casa. Antes del accidente por el cual me habían hospitalizado, solía dar clases en una Preparatoria mientras Irene trabajaba como jefa de chefs en un famoso restaurante de la ciudad.

Me sentí feliz, sabiendo que tenía lo que tanto había soñado durante estos meses y que en mi "vida falsa" había estado muy lejos de conseguir. Ahora sabía, incluso, porque solía ser tan terco con mi "destino", porque no podía renunciar a mi sueño: porque era realidad.

Había recuperado la movilidad de las piernas y, al no aparecer complicaciones, los médicos estaban listos para darme de alta. Irene se llevó a KayLin y Anna a casa para que descansaran, mientras yo me disponía a dormir, por última vez, en mi cama de hospital. Cerré los ojos con la firme convicción de que al siguiente día volvería a casa con mi adorada familia.

Desperté sin saber la hora. La habitación de hospital se veía más descuidada de lo que podía recordarla. Miré a todos lados, tratando de hallar a mi amada Irene pero la habitación estaba vacía. Pronto una enfermera se percató de que había despertado y avisó a los médicos que hicieron pruebas para detectar el daño permanente.

Pasaron varios días antes de que me dieran de alta. Durante ese tiempo,  no recibí visita alguna.

Cuando recuperé mis pertenencias, busqué en mi teléfono móvil el número de Irene y la llamé. Se sorprendió por mi llamada, y su voz enfadada me riñó por saludarle con un sincero - ¡Hola, cariño! -.

El aislamiento y los recuerdos de la "vida falsa" habían vuelto y no comprendía que había pasado con mi esposa, mis hijas y mis mascotas hasta que volví al hospital y pregunté a los médicos.

- Usted ha estado soñando - explicaron.

Comments

comments powered by Disqus